Forjarme a mí misma, llegar a ser obstetra

Jira Andriamisalalao, Suiza
Una mujer con gafas mira hacia la cámara y sonríe frente a un castillo de fondo
[Fotografía cortesía de Chris Bucher]

En el hospital de una pequeña ciudad suiza, la obstetra Jira Andriamisalalao se emociona cada vez que nace un bebé en la sala de maternidad donde trabaja. Con su alegría natural, consigue también atender la salud emocional de aquellas mujeres prontas a ser madres. Aquí nos habla de los retos que enfrentó y el papel que desempeñó su práctica budista en el camino para encontrarse consigo misma y con la obstetricia.

¿Puedes hablarnos un poco de tus orígenes y de tu niñez?

Mi padre es oriundo de Madagascar y mi madre de Suiza. Durante la adolescencia, siempre luché contra mi baja autoestima debido a mis orígenes étnicos. Me di cuenta de que no encajaba en el perfil de belleza característico de Suiza, ya que mi apariencia no coincide con el de una persona «típica» de este país. Me comparaba constantemente con las mujeres jóvenes más populares: sus cabellos, el color de su piel, los rasgos faciales… y me deprimía pensando en que yo no era una mujer atractiva. No podía apreciarme a mí misma y eso era lo más duro para mí.

¿Cómo has transformado estos sentimientos hacia ti misma a través de practicar el budismo?

Encontré un lugar donde podía sentirme a gusto: la comunidad de la Soka Gakkai de Suiza. Mis padres, que son miembros de la Soka Gakkai, a menudo me llevaban con ellos a las reuniones. El ambiente ahí era muy diferente al de la escuela. Las personas se elogiaban unas a otras con total sinceridad. Especialmente, las mujeres jóvenes que ayudaban a organizar esos encuentros… ¡brillaban!

Con el paso del tiempo y años de entonar Nam-myoho-renge-kyo, empecé a aceptarme a mí misma con total sinceridad.

Ver cómo las personas apoyaban de corazón a las demás y experimentaban alegría en esa labor, fue como descubrir fugazmente lo que era de verdadera la belleza. Finalmente decidí unirme a la Soka Gakkai, con lo que la Jira insegura y tímida empezó a sonreír cada vez más.

Formar parte del grupo de mujeres jóvenes que atienden la organización de las reuniones también tuvo un gran impacto en mí. Me encantaba apoyar a los demás y sentí que mi estado vital era más importante que mi apariencia. Con el paso del tiempo y años de entonar Nam-myoho-renge-kyo, comencé a aceptarme a mí misma con total sinceridad.

Tu trayectoria académica para ser obstetra no fue un camino sencillo. ¿Puedes contarnos algo de ello?

Durante mis años universitarios, siempre tuve prisa por obtener resultados. Empecé estudiando biología, pero al terminar el primer año, me cambié a psicología. Me imponía un ritmo acelerado de estudio, cursando tantas asignaturas y presentándome a tantos exámenes como podía con tal de finalizar cuanto antes mis estudios. Para mí, ser eficiente y obtener resultados era lo más importante.

Numerosas personas de pie, posando para una foto.
Jira (al frente, tercera desde la izquierda), viceresponsable nacional de mujeres jóvenes, junto a otros miembros de la SGI de Suiza [© Masato Yano]

Sabía que me estaba sometiendo a mucha presión y estrés, pero nunca escuché esa voz interior seriamente. Me matriculé en demasiadas asignaturas y, entonces, ocurrió lo que más temía: suspender dos veces un examen final de la misma asignatura, lo que significaba la expulsión del curso.

Mi universidad tenía una política muy estricta en ese sentido, y si un alumno no aprobaba la misma asignatura dos veces, ya no podía seguir estudiando esa carrera en Suiza. Por este motivo, jamás podré volver a estudiar psicología en el país.

El día que recibí la notificación, algo dentro de mí se hizo pedazos con un fuerte estallido. Tristeza, rencor, vacío… No era que no lo había intentado. Me había esforzado al máximo, pero las lágrimas rodaron por mis mejillas.

¿Cómo te apoyaron y alentaron los compañeros miembros de la Soka Gakkai durante esa época?

Mis padres me animaron al máximo y me propusieron asistir a la reunión de la Soka Gakkai que se celebraba ese mismo día. Me sentía demasiado triste y afectada, pero en mi fuero interno, sabía que la decisión correcta era acudir a la reunión y orar.

El mayor fracaso se convirtió en mi más grande tesoro.

Cuando llegué, los miembros me acogieron con calidez y optimismo: «¡Tan solo porque una puerta se haya cerrado, no significa que no se puedan abrir otras! Jira, ¡no te preocupes!».

Cuando entoné Nam-myoho-renge-kyo ese día con los demás miembros, me percaté de algo importante: la victoria en la vida no consiste en el éxito académico, las calificaciones o en recorrer un camino «excelente» predeterminado que alguien escogió para ti. ¡Se trata de que si somos capaces de hacer que uno mismo experimente la felicidad! Por algún motivo, me sentí colmada de agradecimiento.

Ese día, lo que parecía el mayor fracaso de mi vida se convirtió en mi más grande tesoro.

¿Qué decisión tomaste? ¿En qué enfocaste tu oración durante ese periodo?

Simplemente, encontrar algo que me hiciera feliz. Oraba para saber cuál era mi propósito y volver a empezar de cero. Cada vez que enfrentaba dificultades, las palabras del presidente Daisaku Ikeda me daban fuerza, era como si me estuviera diciendo: «Podrás superar esto sin falta».

Entonces recordé lo interesante que me había parecido el tema del desarrollo fetal en una de las asignaturas de psicología. Esa diminuta chispa de interés pronto se convirtió en un sueño: llegar a ser obstetra. Al año siguiente, comencé mi formación en la universidad.

El parto no siempre es fácil o seguro y a veces los bebés fallecen en el parto o tienen complicaciones de salud. Como matrona, ¿cómo alientas a esas madres?

Cada nacimiento es diferente. En la sala de partos, la «vida» está presente en todo momento, pero también se esconde la «muerte». Nunca he atendido un parto de un feto muerto, pero me he encontrado en situaciones donde no estábamos seguros de cómo se darían las cosas. Siempre intento animar a las madres para que confíen en su propia fuerza y capacidad. Tengo la certeza de que cada una está dotada de los medios necesarios para atravesar cada situación difícil. Pero siempre es un desafío encontrar las palabras adecuadas. Intento ser muy honesta y no decir cosas solo para que se sientan bien. Cuando veo a una madre que está triste porque el parto no ha salido según lo previsto, mi corazón sufre junto al suyo.

Siempre intento animar a las madres para que confíen en su propia fuerza y capacidad.

¿Cómo lo enfrentas?

Como una matrona más bien principiante, aún me falta experiencia y la responsabilidad es enorme. Estaría mintiendo si no dijera que a veces tengo miedo. Pero creo que este miedo me hace más fuerte. Confío en que esto es gracias al aliento del presidente Ikeda que leo cada día antes de ir al trabajo. Me ayuda a ver mis problemas con una perspectiva más amplia y a descubrir todos los obstáculos que tengo.

Cuando tomas en brazos a un bebé recién nacido, sientes el calor de la esperanza en la palma de tus manos desde sus primeros instantes de vida.

Ansiedad, tensión y alegría… todo forma parte de mi trabajo diario, cara a cara con la vida.

Adaptado del artículo publicado el 27 de septiembre de 2024 en el Seikyo Shimbun, diario de la Soka Gakkai de Japón.